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AYUDA CHILENA PARA EL RETORNO DEL MELGAREJISMO AL PODER

Fuente: Aclaraciones Históricas Sobre la Guerra del Pacífico - Roberto Querejazu Calvo.

Quintín Quevedo, Mariano Donato Muñoz, Juan L. Muñoz, Severo Melgarejo (hijo de Mariano Melgarejo) y otros connotados usufructuarios de las granjerías del poder en el régimen derrotado en las barricadas de La Paz en enero de 1871, no se resignaron a perderlo todo y vivir en el ostracismo.
Complotaron su retorno al mando de la república bajo la égida de un nuevo líder, el General Quintín Quevedo. Como el gobierno de Lima, a instancias del de La Paz, se dispusiese a internarlos en regiones alejadas del Perú, se trasladaron a Valparaíso y allí instalaron el cuartel general de sus actividades subversivas. Personajes chilenos como don Nicomedes Ossa, les brindaron ayuda financiera a cambio de la promesa de que cuando el melgarejismo volviese a dominar en Bolivia ellos obtendrían ventajosos contratos para explotar sus riquezas. El gobierno de Santiago se hizo el de la vista gorda al respecto, especulando con la perspectiva de que si se encendía una guerra civil en el altiplano, los chilenos asentados por miles en el litoral atacameño, podrían levantar bandera de secesión de ese territorio de la soberanía boliviana y la de su incorporación a la chilena.
El gobierno del General Agustín Morales recibía frecuentes avisos sobre los trajines de Quevedo y sus secuaces y recomendaba a don Rafael Bustillo que los hiciese vigilar constantemente. Ayudaba en esta labor la misión diplomática del Perú en Santiago, a cargo de don Ignacio Novoa, y su cónsul en Valparaíso, señor Adolfo Salmón. Al gobierno de Lima le hacía muy poca gracia la idea de que el melgarejismo volviese a ser su vecino del este y menos aún la de que Chile pudiese llegar a ser su colindante por el sur.
Don Rafael Bustillo logró frustrar una expedición de los quevedistas cuando estaban listos a partir con rumbo a Antofagasta, embarcándose en el vaporcito "Tomé", en noviembre de 1871. Los 114 pasajeros fueron desembarcados en Valparaíso y se les decomisó armas y munición. 
Con esta experiencia, los revolucionarios bolivianos y sus cómplices chilenos siguieron complotando, pero con mucho mayor sigilo. Los elementos de que se valía don Rafael Bustillo para vigilarlos eran el Secretario de su Legación, señor Gabriel René Moreno, a quien mandó dos veces a Valparaíso con ese objeto; el médico Julio Rodríguez, Cónsul en Caldera, a quien pidió fuese a Valparaíso con igual propósito y el señor Tomás Manuel Alcalde, destacado al mismo puerto por el Prefecto de Cobija. 
El 31 de julio (1872), uno de los quevedistas, Juan Antonio Michel, desertó de las filas del complot y dio aviso a Rodríguez y Alcalde de que en pocas horas más iba a zarpar el vapor "Paquete de los Vilos" transportando a los revolucionarios con rumbo a Antofagasta. Alcalde y Rodríguez, acompañados de Michel, buscaron de inmediato al Intendente del Puerto, señor Francisco Echaurren Huidobro, y le pidieron que impidiese la salida del buque. Al mismo tiempo, dieron aviso telegráfico a la Legación boliviana en Santiago. Don Rafael Bustillo buscó al canciller Adolfo Ibáñez y le pidió que impartiese órdenes urgentes para detener a los expedicionarios. 
Pese a estas gestiones, debido a la mal disimulada complicidad del Intendente Echaurren (cuñado del Presidente Federico Errázuriz), el "Paquete de los Vilos" partió la madrugada del 1° de agosto con el General Quintín Quevedo y su gente.
Tres días antes había salido el buque de vela "María Luisa" transportando armas y munición. El 6 de agosto, los revolucionarios desembarcaron en Antofagasta sin encontrar ninguna resistencia. Quevedo lanzó un manifiesto llamando a todo el país, y particularmente al ejército, a plegarse a su acción para derrocar al régimen del Presidente Morales. 
Juan L. Muñoz, uno de los principales colaboradores de Quevedo, relató años más tarde en una carta: "Reunido en Chile el número competente, llegó la oportunidad de embarcarnos. En esta circunstancia, el General Quevedo fue llamado a Santiago con mucha urgencia por don Nicomedes Ossa, amigo suyo, que le servía de intermediario con el Presidente de Chile, señor Errázuriz. Regresó al día siguiente, desesperado, resuelto e suspender la expedición. Vivíamos en el mismo hotel.
Mereciendo su confianza y consideraciones supe que el Presidente Errázuriz le había propuesto, como condición de su apoyo, la cesión del litoral boliviano a Chile, a cambio de ayuda chilena para adquirir para Bolivia el litoral peruano de Arica e Iquique, lo que el General Quevedo había rechazado... Horas después, llegó a Valparaíso el señor Ossa. Tuvieron una larga conferencia. Supe por el general que el señor Errázuriz había retirado su proposición, pero envió con el señor Ossa una comunicación al Intendente de Valparaíso, en la que le ordenaba que prestase al General Quevedo el apoyo más decidido". 
Don Rafael Bustillo, que viajó a Valparaíso y permaneció en el puerto varios días tomando datos sobre la complicidad chilena en la expedición filibustera, volvió a Santiago y considerando que a esa fecha se había desencadenado en su patria una cruenta guerra civil, dirigió una nota al canciller Ibáñez dando rienda suelta a la justificada cólera que embargaba su espíritu. Le dijo en ella: "Las consecuencias desastrosas (de la expedición) se desencadenan a esta hora en Bolivia, cuando después de seis años de luto y supremas angustias, se apresuraba el actual gobierno a estampar en el país el sello de su regeneración y engrandecimiento. Los que en el festín de su prosperidad no han temido insultar a la. Providencia, empujando sin misericordia el mal hacia la hermana convaleciente y desheredada, conseguirán, sin duda alguna, remover en mala hora antiguos y ya amortiguados remordimientos. Pero no lo dude el Excelentísimo Gobierno de Chile, el pueblo boliviano conflagrado sabrá allí atajar la obra de ruina y escarmentar a los instrumentos de esa obra". 
El señor Ibáñez le contestó pidiendo que le diese "pronta y categórica explicación sobre sus vagas y genéricas insinuaciones". Don Rafael, como primera intención, decidió no satisfacer la exigencia del canciller, pero luego comenzó a preparar una extensa y documentada comunicación sobre la complicidad chilena en la aventura revolucionaria. Al octavo día, cuando todavía no había terminado su trabajo, le llegó otra misiva de Ibáñez dándole un plazco perentorio de 24 horas para dar las explicaciones solicitadas. La de volvió de inmediato, declarando en una nota de acompañamiento que "su dignidad personal y la del gobierno y nación que representaba, no le permitían tener en sus manos por un solo instante un documento que a todas luces tenía el propósito de ultrajarlo".
Contrarreplicó el señor Ibáñez cortando toda relación con don Rafael Bustillo al hacerle saber, en nombre del Presidente de k República, que desde esa fecha no serían admitidas en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile ninguna clase de comunicaciones que llevasen su firma y que estaba pidiendo al gobierno de La Paz su retiro de Santiago, como "justo y merecido desagravio por las ofensas que había hecho al gobierno y al país que le brindaron cordial hospitalidad".

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