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CLAUDIO SAN ROMÁN; LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN BOLIVIA


Por: Freddy Zárate - abogado / Página Siete, 2 de octubre de 2016.

El filósofo José Ortega y Gasset sentenció: "Todo el que en política y en historia se rija por lo que se dice, errará lamentablemente”. Partiendo de esta idea, se puede advertir que gran parte de la sociedad boliviana todavía concibe muchos aspectos de nuestra historia política de forma sesgada. Por ejemplo, es común escuchar -de manera dogmática- los logros del partido rosado:
voto universal, nacionalización de las Minas, Reforma Agraria y en menor medida la Reforma Educativa. Este hecho nos demuestra la exitosa campaña propagandística del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que logró resaltar sus logros institucionales, económicos y reivindicatorios. Pero revisando la historiografía política, bajo el régimen movimientista se pueden advertir varios testimonios que ponen en cuestionamiento esta década de oro.
A mediados de los años 60 -tras la caída del MNR- empezaron a salir a la luz distintas denuncias de violación a los Derechos Humanos. Se puede mencionar, por ejemplo, los siguientes testimonios: Mario Peñaranda Rivera publicó Entre los hombres lobos de Bolivia, Hernán Barriga Antelo escribió Laureles de un tirano, Hernán Landívar Flores relató su vivencia personal en Infierno en Bolivia (1965) y Fernando Loayza Beltrán esclareció episodios nefastos en su libro Campos de concentración en Bolivia (1966).
Además de estos testimonios, varias personalidades de la época fueron amedrentadas bajo el régimen del 52: los filósofos Numa Romero del Carpio y Roberto Prudencio Romecín (saquearon sus domicilios y quemaron sus libros), el historiador Alberto Crespo Rodas, numerosos periodistas de la antigua Razón y muchos miembros del Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR), Partido de Unión Republicana Socialista (PURS) y la Falange Socialista Boliviana (FSB), -cabe resaltar que tanto el PIR, el PURS y la FSB no compartían afinidad ideológica en lo más mínimo- así como el héroe nacional del Chaco, Bernardino Bilbao Rioja. La similitud de estos testimonios reflejan persecuciones y sobre todo atropello al Estado de Derecho desde el propio Estado.
El régimen movimientista concibió una lógica amigo/enemigo. La neutralización a todo opositor o crítico estuvo prevista en la promulgación del Decreto Supremo Nº 01619 que autorizó el funcionamiento administrativo de los campos de concentración en Bolivia. El D. S. estableció la habilitación de las siguientes penitenciarias: los cuarteles de Corocoro, Curahuara de Carangas, Uncía y Catavi. Además de estos reclusorios, se autorizó como centros de retención o interrogación a la Escuela de Carabineros y el Panóptico de Guanay. Esta "banalidad del mal”, estuvo representada en el aterrador Control Político. Este control radicaba en perseguir a todos los políticos contrarios al MNR por intermedio de una vigilancia discreta, censura a toda correspondencia, intervención telefónica, vigilancia de todo movimiento de pasajeros o viajeros en todas las líneas de transporte. De esta forma se podía saber con exactitud lo que se pensaba dentro de las esferas políticas, laborales, estudiantiles, universitarias e incluso dentro del mismo MNR.
Las víctimas del movimientismo sufrieron reclusión, hostigamiento, tortura y confinamiento. Los años de permanencia en los distintos campos de concentración está plagado de relatos trágicos donde identifican a sus principales verdugos: el contador, excoronel de la Policía boliviana, Luis Gayán (de origen chileno), el ex falangista AdhemarMenacho, Jorge Orozco y Claudio San Román. Este último personaje fue considerado por sus víctimas como la encarnación del nazi Joseph Goebbels.
Los escasos datos que se tienen del temido Claudio San Román: acudió al conflicto bélico con el Paraguay obteniendo el grado de sargento; bajo el gobierno del MNR ascendió rápidamente hasta la elevada jerarquía de General de Brigada del Ejército de la Revolución Nacional. La personalidad de San Román es pintada como un hombre astuto en su forma de ser, altamente peligroso y cruel en sus métodos de tortura en busca de la "verdad”.
Los interrogatorios a los presos políticos consistían en golpear a palos, amedrentar a plan de pateaduras, utilizaban corriente eléctrica, se empleaba la tortura de la hamaca, psicológicamente se amenazaba con enterrarlos en vida, se privaba de toda ración de alimento y agua, aplicaban pinchaduras en las yemas de los dedos y hostigaban a los presos con fusilamientos simulados.
Por otro lado, las víctimas del fanatismo político nos develan que el ser humano es versátil aún en penurias. Cada preso político anhelaba permanecer con vida, volviéndose lobo del propio hombre. La crisis existencial de estos reclusos estuvo marcada por la susceptibilidad al prójimo.
Cualquier manifestación o murmuración en contra al régimen llegaba a los oídos de sus guardias a través de los delatores. Esto era una buena excusa para que los integrantes del Control Político hicieran alarde de su brutalidad en frente de todos los presos.
Los varios testimonios de los campos de concentración en Bolivia son poco o nada conocidos en la actualidad. Estos desgarradores relatos nos reflejan dos aspectos recurrentes: a) La memoria colectiva tiende a recordar dócilmente hitos convencionales amplificados por los medios masivos de comunicación; b) La sociedad boliviana es propensa a consentir discretamente violaciones al Estado de Derecho cuando éstas son edulcoradas con ribetes revolucionarios. Los campos de concentración ocurridos en Bolivia son una llamada de atención sobre cómo posturas políticas pueden generar fanatismo, intolerancia y transgresión a todo derecho constitucional, con aceptación del propio pueblo.

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