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UN DIPLOMÁTICO CHILENO NARRA CÓMO FUE EL ASESINATO DE MANUEL ISIDORO BELZU PERPETRADO POR SU ENEMIGO MARIANO MELGAREJO

Por: José Luis Bernabé. Octubre de 2017.

El siguiente relato fue extraído del libro: La legación de Chile en Bolivia desde setiembre de 1867 hasta principios de 1870. (Santiago de Chile 1872)  Del chileno Ramón Sotomayor Valdés que desempeño funciones diplomáticas representando a Chile en nuestro país.  

"...Corta fue la residencia del gobierno de Diciembre el La Paz pues ya el 6 de marzo siguiente abandona esta ciudad para marchar con todo el Ejército a Sucre y Potosí, donde el gran partido constitucional hacia nuevos esfuerzos por el restablecimiento del orden legal. Abandona La Paz a sí misma y sin más fuerza armada que una columna municipal y su guardia nacional comandada por don Casto Arguedas, que había sido nombrado su jefe por decreto del mismo Melgarejo, se emprendieron eficaces trabajos para una revolución popular, invocándose un nombre muy conocido en la historia contemporánea  de Bolivia, muy grato al populacho de este país; nombre que simboliza para el vulgo el valor y la prodigalidad, el amor a pueblo bajo y el privilegio acordado a su favor en el nombre de la democracia. Ese nombre era el del general don Manuel Isidoro Belzu. Presidente de la Republica desde 1849 hasta 1855, dueño, durante ese periodo, de un poder absoluto, hombre de cuartel y de hozadas aventuras, incansable perseguidor de sus incansables enemigos, había tenido, no obstante, el suficiente civismo para abandonar, a mediados de 1855, el poder público, transfiriéndolo bajo formas legales , a un hijo político, el general don Jorge Córdova. Desde entonces se había expatriado para recorrer algunos pueblos de América y Europa. Después de algunos años de peregrinación, al regresar a su patria, encontró ocupado el solio de los presidentes por el general Acha, que en otro tiempo se había rebelado contra Belzu. El ex presidente se quedó en Tacna, en esa ciudad peruana que, por su situación, es el primer asilo y el primer punto de observación, de los emigrados políticos de Bolivia. Allí permaneció durante casi toda la administración del general Acha, no sin prestar su nombre y sin alagar a veces la mano, para urdir la trama de algunos planes revolucionarios, que turbaron la paz pública y mantuvieron al gobierno en una persona y constante vigilia. En esa ciudad le sorprendió también la noticia del motín de Diciembre y de la exaltación de Melgarejo al poder, con lo que Belzu vio más cerradas que nunca para el las puertas de la patria. Entre Belzu y Melgarejo había un abismo de odios.
Se comprende, pues, como los descontentos de La Paz, entre ellos, que antes no habían sido partidarios de Belzu, se fijasen en él, para acaudillarse una revolución, y  derrocase a un gobierno que había tomado a su cargo hacer olvidar o más bien, hacer perdonar todas las dictaduras pasadas.
El 20 de marzo se supo en La Paz que el general Belzu había llegado  al pueblo inmediato de Corocoro, donde fue recibido con trasportes de entusiasmo. Un jubilo ardiente se apodero de la muchedumbre, que desde aquel instante se preparó para recibir en triunfo a su antiguo caudillo. Un emisario mandado por este desde Corocoro, vino a conferenciar con las autoridades de La Paz trayendo además algunas proclamas del general para el pueblo, en las que, con notable modestia, pedía permiso para verificar su ingreso en la ciudad. Las autoridades se manifestaron por de pronto indecisas, y en tanto que tomaban una resolución, el pueblo se precipitó a los cuarteles de la guardia cívica,  arrebato las armas y marcho en oleadas al encuentro de Belzu, que ocupo el palacio presidencial de La Paz en la mañana del 22 de Marzo.
El pueblo está mal armado; pero se siente fuerte con  su entusiasmo y se pone desde luego  a la obra de atrincherar la ciudad a toda prisa, de colectar armas, de acuartelar gente y de prepararlo  todo para la mas obstinada resistencia.
Melgarejo contramarcha a La Paz inmediatamente que recibe la noticia de la revolución y se detiene al borde de la altiplanicie que domina la ciudad.
Un teniente coronel Cortes, que había escapado de la población sin poder contener en la obediencia una columna que Melgarejo le dejara confiada, fue a incorporarse en el ejército. Pero Melgarejo desconfiado por naturaleza y receloso entonces de su propio ejército concibió la idea de sacrificar a Cortes, para dar a la tropa un ejemplo de terror que asegurase su obediencia.  El teniente coronel es fusilado,  en efecto, a pesar de sus protestas de lealtad de sus vehementes suplicas para ablandar al tirano, el cual descendió en seguida a la ciudad, resuelto a tomarla por asalto.
La tentativa fracasa. Una parte del ejercito asaltante, se pasa al enemigo,  y el resto, desmoralizado y esparcido, deja a Melgarejo en una situación desesperada. Unas pocas horas has bastado para arrebatar al caudillo de Diciembre, el poder en que su buena fortuna lo ha colocado. Al verlo todo perdido, al contemplar a su rival victorioso, al considerar que no tiene más recurso que escapar aceleradamente y arrastras de nuevo la visa miserable de proscrito,  pidiendo a los aduares del salvaje como en otro tiempo, un asilo contra las persecuciones del poder, Melgarejo tuvo por un momento la idea de acabar con su existencia, Entonces uno de los jefes de más temple que se encontraba a su lado, contuvo su brazo, diciéndole: “General para morir así, vale más arriesgar la vida en un supremo esfuerzo.”
Resulto de aquí una ventura singular, que es uno de los episodios más dramáticos que hayan forjado la ambición  despechada y el delirio de venganza. Melgarejo conocía la índole del populacho boliviano y, sobre todo, el espíritu de la soldadesca, siempre dispuesta  a obedecer  al más audaz y a aplaudir el buen éxito, sin calificar los medios, ni la moralidad de los hechos. En consecuencia tomo algunos de los soldados que aún le restaban y colocándose en medio de ellos, a guisa de prisionero, se introdujo por las calles de la ciudad, en las que el populaba la confusión el pueblo y las fuerzas de ambos bandos contendientes. Por en medio de aquella multitud que vitoreaba a Belzu, tomo el camino del palacio del vencedor. El pueblo que momentos antes había estado combatiendo, le dejo pasar sin dificultad, y acaso sintió simpatía por aquel general, que llevaba la actitud de un  prisionero de guerra; entre tanto que sus propios soldados defeccionados, bajaban  los ojos con cierto pavor ante aquella figura que conservaba, en medio del vencimiento, la majestad del tirano. Así llego a la plaza  donde se encontraba el palacio presidencial, y al atravesar por frente de sus balcones, diviso en uno de ellos al general Belzu, que descansaba allí de las fatigas de la refriega y recibía los aplausos de la gente curiosa y allegadiza que se agrupaba a la puerta. Melgarejo levanto una mirada casi suplicante al vencedor, y le hizo un saludo militar. Belzu debió creerse en el apogeo de su fortuna.
El general vencido atravesó el patio del palacio, por en medio de una turba armada, en la cual se encontraba muchos soldados de su propio ejército, causando en todos una profunda sorpresa; y cuando subía la escalera, un antiguo enemigo suyo, ayudante de Belzu a la sazón, tuvo la ocurrencia de interceptarle  el paso amenazándole con un rifle. Melgarejo desvía con una mano el arma de su agresor, y le lanza con la otra un tiro mortal de pistola. Deja tendido a un lado el cadáver de esta víctima, y precipita sus pasos hacia el salón en que se en contra el general Belzu. La gente armada del patio queda  sobrecogida con el incidente sangriento que acaba de presenciar, y presiente aterrorizada algo más terrible todavía. Belzu, que ha sentido la detonación de un tiro de pistola en la escalera se alarma y se perturba, hallándose solo en una pequeña sala contigua al salón de recepción, donde  sus amigos, copa en mano, festejan el triunfo. Al ver a Melgarejo que se presenta en el umbral de la puerta, pálido, con la mirada chispeante y siniestra, se paraliza y tiembla, y apenas pronuncia balbuciente la palabra “garantías” (¿Las pedía o las daba?), cae herido de muerte por una bala  que le asesta Melgarejo, acompañada de un apostrofe insultante.  El victimador, erguido y satisfecho, se presenta entonces a la muchedumbre del palacio y exclama: “Belzu ha muerto, ¿quién vive ahora?” ¡Algunas voces contestaron “viva Melgarejo!...
El asesino había ejecutado su plan admirablemente. Un ahora después, era dueño de la ciudad (Algún tiempo más tarde, habiendo reclamado la familia del Belzu unos botones de brillantes y un anillo que el general traía puestos el día de su muerte, se hizo con este motivo una ligera indignación, que dio lugar a un incidente curioso. Uno de los soldados que acompañaron a Melgarejo hasta la habitación de Belzu, fueron llamados a  presencia de aquel, e interrogados por el mismo acerca de las prendas antedichas, los soldados no supieron dar cuenta de ellas. Pero en el curso de ese interrogatorio, hubo un momento en que uno de dichos soldados replico a Melgarejo esta palabras: “recuerde, mi general, que cuando usía tiro al….” ¿qué estás diciendo, miserable? Replico entonces Melgarejo, y le despidió. No se ha vuelto a tener noticia de este soldado. Las alhajas tampoco aparecieron.  Es muy probable que los miserables a quienes se abandonó como un despojo el cadáver de Belzu, se apropiasen sus brillantes y aun su vestido. La clase media de La Paz recobro, sin embargo, el cuerpo de su antiguo caudillo, y tuvo bastante valor para darle el tributo de una pomposa inhumación.)
Los sucesos que acabamos de referir, produjeron un indefinible estupor en la población de La Paz; mas no por eso quedó extinguido el genio de la revolución. La gente de Belzu clamaba por venganza, y la revolución no esperaba sino la más pequeña oportunidad, para levantar nuevamente la cabeza..."

Fuente: La legación de Chile en Bolivia desde setiembre de 1867 hasta principios de 1870.
Santiago de Chile 1872.
De Ramón Sotomayor Valdés.
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