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HISTORIA DEL "REG. 1° DE INFANTERÍA COLORADOS". SU ACTUACIÓN EN LA GUERRA DEL PACÍFICO (2A. PARTE). LA GRAN BATALLA.

Por: Investigador O. Córdova O. ©

El espíritu de la tropa era excelente. A cada descarga de artillería se tiraba al suelo para levantarse en seguida, celebrando el percance con las agudas e ingeniosas ocurrencias propias de nuestro pueblo, mientras las bandas de música y de guerra lanzaban al aire las vibrantes notas de sus dianas entusiastas. El Batallón 1°. había tomado la denominación de Batallón “Alianza” 1° de Bolivia, aunque era generalmente más conocido por su antiguo e histórico nombre de Calorados. Vino luego el día de la prueba: el 26 de mayo de 1880. Para narrar la homérica actuación que en ese día le cupo desarrollar al Batallón “ Alianza” o Colorados, vamos a resumir lo escrito por el subteniente Daniel Ballivián, ayudante de órdenes del coronel Murguía en la batalla del Campo de la Alianza: 
El cañoneo.— Formábamos con el “ Aroma”, la reserva general del ejército y ocupábamos una colina en el extremo costado derecho de la línea de batalla inmediatamente a retaguardia del fortín en que se hallaban emplazados cuatro cañones Krupp de montaña. A continuación del fortín, hacia la izquierda y en dirección al oeste, extendíase la meseta en cuya cumbre y falda estaba el ejército aliado desplegado en tres líneas paralelas. Allí abrimos los cajones de munición y después de completar a la tropa la dotación de combate —100 tiros por plaza— esperamos en silencio el ansiado momento de entrar en acción.
Estábamos formados en columnas cerradas de compañía, y los cuatro jefes situados a unos cuantos pasos al frente, constituían un grupo en extremo interesante. Ramírez, como si hubiera adivinado que el enemigo no estrecharía las distancias, sino cuando la metralla y la fusilería hubiesen deshecho a esos 500 hombres que en breve y durante dos horas habrían de poner en fuga a los 4,200 soldados de que constaba la primera división del ejército chileno, no había desenvainado §u espada prefiriendo blandir en su diestra, un enorme revólver “ Smith Wesson” . Ravelo, entre tanto, como siempre tranquilo y a pesar de su temperamento nervioso, investigaba el horizonte con el auxilio de un anteojo, procurando en vano descubrir al enemigo que quedaba oculto tras la meseta que teníamos al frente. El bondadoso Durán de Castro, permanecía también imperturbable mientras los chilenos seguían bombardeando nuestras posiciones que permanecían en silencio, con los 62 cañones con que se presentaban al defender la “ justicia” de su causa. De pronto recibimos orden (transmitida por el coronel peruano Velarde) de ir a ocupar un puesto a retaguardia del centro de nuestra línea de batalla e inmediato al sitio en que estaban colocados los dos cañones peruanos. 
Permanecimos allí, —siempre en columnas cerradas de compañía— recibiendo una lluvia incesante de granadas que, por descargas de batería, nos enviaba sin tregua ni descanso el enemigo. Amontonados como estábamos en el fondo de una hondonada, nuestra situación se habría hecho insostenible, a no ser la pésima puntería de los artilleros chilenos, cuyos tiros, demasiado largos, iban a caer a enorme distancia detrás de nosotros. El espíritu de la tropa era excelente. A cada descarga de artillería se tiraba al suelo para levantarse en seguida, celebrando el percance con las agudas e ingeniosas ocurrencias propias de nuestro pueblo, mientras las bandas de música y de guerra lanzaban al aire las vibrantes notas de sus dianas entusiastas. Estas maniobras fueron po­ co a poco, imitadas por los cuerpos que se hallaban inmediatos, lo que imprimía a ese juego macabro un carácter cómico que causaba la diversión de los valientes y contribuía a levantar el ánimo de los pocos, poquísimos, que no nos contábamos entre ellos. La marcha de flanco. — Preparábamosnos para disfrutar de la siempre amena e instructiva conversación del heroico e ilustrado soldado, (el 2° jefe Ravelo), cuyo eterno buen humor parecía aumentar en aquellos momentos la perspectiva de la próxima victoria, que para él era segura, cuando un jefe peruano, el coronel Velarde, si no estamos equivocados, llegó a todo galope preguntando por Murguía, a quien le ordenó llevar con. toda rapidez la brigada para reforzar el costado derecho amenazado a la sazón, por un serio ataque del enemigo. Murguía, con su clara y hermosa voz de barítono, dio después de mandar echar las armas al hombro, la orden de “pasar el desfiladero por el flanco derecho”, movimiento que, como todos los de ese día, ejecutó el batallón con la precisión con que lo habría hecho en el campo de instrucción. Aquella marcha de flanco al compás de los marciales y armoniosos acordes de “ La Cantería”, fue soberbia. Nosotros, entre tanto, proseguíamos nuestra marcha recibiendo impasibles las ovaciones que unas tras de otras, nos tributaban peruanos y bolivianos, hasta que al pasar por retaguardia del Regimiento “Murillo”, el bravo coronel Clodomiro Montes, imitando a los demás jefes de cuerpo, ordenó dar media vuelta al regimiento que contestó con un estruendoso ¡viva! su entusiasta exclamación de: —Regimiento Murillo, ¡vivan los Colorados de Bolivia!!!


(HISTORIA DEL EJERCITO DE BOLIVIA 1825 - 1932, J. DIAZ ARGUEDAS). 
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