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LOS ALTOPERUANOS O CHARQUINOS EN LA BATALLA DE SALTA, 20 DE FEBRERO DE 1813

Por Juan Isidro Quesada E. / Publicado el 9 de junio de 2013 en El País de Tarija.

La batalla de Salta, cuyo bicentenario se celebró con grandes festejos en la provincia homónima, fue ganada por el General Manuel Belgrano contra el ejército realista comandado por el arequipeño don Pío Tristán y Moscoso. Fue la última ocurrida en el actual territorio argentino. En ella mostró Belgrano su habitual consideración y generosidad con todos los vencidos, en especial con jefes y oficiales. No hay que olvidar la antigua amistad que unía a ambos a ambos generales; tanto Belgrano como Tristán se trataban mutuamente con toda amistad pues se tuteaban. Se habían conocido como estudiantes en España.

La rendición de los realistas en Salta fue incondicional. Pero Belgrano, como lo hemos dicho, dejó a todos en libertad con la sola condición de no tomar las armas contra los ejércitos patriotas. Ese juramento no fue cumplido al levantar las autoridades eclesiásticas partidarias del Rey.
Entre los oficiales de Tristán se encontraban varios altoperuanos empuñando las armas. Entre ellos don Indalecio González de Socasa. Hemos ya hablado de este personaje en esta misma publicación. Importante y rico minero, comerciante y dueño de haciendas, se había casado con una rica joven: doña Juliana de Ansoleaga, prima de los Condes de Casa Real de Moneda y que por su madre tenía sangre porteña.
La distinguida académica de la Historia doña Olga Fernández Latour de Bottas en sus investigaciones en el Archivo de Indias de Sevilla, descubrió no ha mucho y en el archivo del Virrey Abascal interesantes documentos que se refieren a esta batalla y a los sucesos que le siguieron. Son cartas escritas por tres oficiales de alto rango. Una de don Pío Tristán, otra escrita por don Indalecio y la otra es de un potosino que firma Pablo. Esta documentación fue a parar con prontitud a manos del Virrey Marqués de la Concordia Española don José de Abascal y Souza, uno de los últimos funcionarios de relevancia que tuvo el Rey de España.
La carta de Tristán está dirigida a su amigo y pariente el General don José Manuel de Goyeneche, futuro Conde de Guaqui.
“Mi general, mi hermano y amigo. Cinco noches sin dormir, tres vivaqueando con agua, y una acción perdida después de mil riesgos, considérame cual estaré. Mil veces he sentido no haber perecido cuando tuve que defenderme sable en mano entre los enemigos que me rodearon, pues me es más sensible darte estos pesares y noticias que el dejar de vivir. Los enemigos que se situaron entre el camino de Tucumán y de ésta el 16 por una marcha forzada desde Lagunillas al punto de Castañares, una y media legua de aquí, desde entonces hemos estado en correrías hasta el día de hoy en que se avisó de oficio lo sucedido. Si sobrevivo te daré parte circunstanciado desde Jujuy para donde procuraré salir de aquí pasado mañana. Atribuye nuestra pérdida a los ignorantes jefes y oficiales, y toma sobre esto tus medidas. Jamás tendré el dolor de no haber servido con el mayor empeño, y si soy tan desgraciado que no he podido llenar mis deseos, después de un Consejo de Guerra que espero, pasaré al rincón de una soledad que semejantes vicisitudes me había hecho apetecer. Mi alma y mi cuerpo están malos; a pesar sé que existo.”
Estas letras nos dan muestras indudables del ánimo de don Pío Tristán. Es que su carrera militar en los ejércitos reales quedaba a partir de ese 20 de febrero estigmatizada Refugiado en su ciudad natal, Arequipa, tuvo que esperar unos años para que el Rey D. Fernando VII reconociera su valía al nombrarlo Virrey del Perú, pero con sede en el Cusco. Es que el país estaba al borde de la batalla de Ayacucho con la cual la hegemonía española desapareció de América del Sur.
La carta de don Indalecio González de Socasa a su esposa doña Juliana de Ansoleaga es de gran interés por ser quien la escribe y quien la recibió. Doña Juliana, como lo hemos dicho, era prima hermana de los Condes de Casa Real de Moneda por parte de las madres de ambas estirpes, los López Lisperguer y Quintana. Don Indalecio, como hemos narrado no ha mucho, fue un español radicado en Potosí quien logró cimentar una importante fortuna en base a la dote de su esposa y a sus trabajos prósperos y afortunados comerciales y mineros. Acérrimo partidario del Rey, se sumó al ejército comandado por Tristán con el cual invadieron “las provincias abajeñas” para atacar al ejército de Buenos Aires. Pero los duros reveses tanto en Tucumán como en Salta, significó la liberación de todo el territorio de la actual República Argentina. Don Indalecio salió herido del encuentro realizado en Salta y el mismo día de ocurrido escribió a doña Juliana con una tranquilidad que nos indica el buen tratamiento dado a los oficiales realistas.
La carta, no muy extensa, revela el cariño que existía entre ambos esposos y que la falta de hijos debió acrecentar aún más (1).
Así se expresaba don Indalecio:
“Hija mía y esposa de mi corazón. Nuestra vanguardia ha perdido del todo su nombre y existencia con el último ataque furioso que nos dieron los contrarios a orillas de esta ciudad. Todo, todo se ha perdido por la superioridad de sus fuerzas y debilidad de las nuestras que las desampararon vilmente. En medio de este desagradable suceso, hemos logrado unas capitulaciones ventajosas en las circunstancias. Entre ellas la de que se respetarán acá y allá las propiedades; juramentados sí para no tomar oficiales ni tropa, las armas hasta que no se haga la paz, o que lleguen los enemigos al Desaguadero Lo que te advierto para que no se hagan novedades en nuestros intereses. Sabrás lo demás por el Parte que sale para el Señor General, de quien nos compadecemos.”
“Duró tres horas la función. Recibí un balazo en el Lagarto del brazo izquierdo que me lo (ha) herido de uno a otro lado sin daño al hueso, y no es cosa de grave cuidado. Se nos conceden al retirarnos a nuestras casas el haber de cada uno y marcharé a la mía cuando esté sano de la herida. Avísale todo a nuestro Boll (?) y resérvalo todo entre los dos. Es tuyo de corazón tu Indalecio.”
Gonzáles de Socasa volvió a Potosí en donde siguió siempre actuando a favor del Rey. Su actitud le valió persecuciones cuando los ejércitos porteños llegaron a esa ciudad en los años 1814 y 1815. Su fortuna fue saqueada llevándolo casi a la miseria. Su vida acabo en la década veinte salvándose de ver la caída del predominio español en América a raíz de la batalla de Ayacucho. Hoy en día una cartela nos recuerda su memoria en la ciudad de Potosí en su casa, aún en pie, vecina al templo de San Agustín.
N O T A
1) Doña Juliana al enviudar de don Indalecio se unió aún más a sus primos los Condes de Casa Real, a quienes al final de su vida les dejó en herencia sus bienes, entre ellos la famosa finca vitivinícola de San Pedro. Y cosa rara para la época, tampoco don Indalecio dejó hijos extramatrimoniales.

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