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LAS VALIENTES MADRINAS DE GUERRA ENCARGADAS DE OTORGAR APOYO A LOS COMBATIENTES


Por: JULIO ALVAREZ MERCADO / El Periódico / 16 de Octubre de 2016.

El surgimiento de las “Madrinas de Guerra”, fue un programa autorizado por el Ministerio de Guerra a cargo de Ernesto Sanjinés con sede en la ciudad de La Paz y encabezado por la señora Bethsabe de Iturralde, quien a su vez conformó una red de madrinas a nivel nacional con representaciones en cada capital de Departamento.
Ser “madrina de guerra” consistía en encargarse de un combatiente en el frente de batalla, enviarle apoyo logístico, es decir, ropa, medicamentos, calzados, alimentos, también era la encargada de apoyarle moralmente, redactarle cartas y estar en permanente contacto averiguando sobre la situación de cada uno de ellos en los frentes de batalla. Ser “madrina de guerra” era considerado como uno de los actos colectivos de mayor relevancia para los soldados que combatían en el Chaco y fue el más demostrativo suceso que concibió la sociedad boliviana para crear una nueva trama de relaciones humanas en medio de la hostilidad y crueldad de la guerra. En el campo, el agricultor nombraba “madrina” a la dueña del fundo, o “padrino” al patrón, obligando así a los latifundistas a proteger a la mujer e hijos del combatiente mientras duraba la ausencia, a veces sin retorno. En muchos casos estas damas llegaban a establecer lazos sentimentales con los soldados, pero en otros casos ellas velaban por la estabilidad de la familia de los combatientes.

La “madrina de guerra” se comprometía a escribirle, rezar por él combatiente, velar por su madre, sus hermanas y visitarlas periódicamente para informarles sobre el estado de situación del “ahijado” en el Chaco, a través del servicio de correo y comunicación del Comando General del Ejército en Campaña. En ocasión de las despedidas de los soldados en diferentes regiones y ciudades del país, las “madrinas de guerra” asistían a las estaciones de trenes, plazas y cuarteles de las ciudades, llevaban flores, fotos con dedicatorias, escapularios, medallitas, detentes bordados por ellas mismas, coca, caramelos y cigarrillos.
En ocasión de las despedidas de los soldados en diferentes regiones y ciudades del país, las “madrinas de guerra” asistían a las estaciones de trenes, plazas y cuarteles de las ciudades, llevaban flores, fotos con dedicatorias, escapularios, medallitas, “detentes” bordados por ellas mismas, coca, caramelos y cigarrillos. Es de imaginarse la emoción y el dolor de esas valientes jóvenes que como madrinas de guerra demostraron una actitud de valor y entereza al despedir en particular a sus novios o enamorados a una muerte casi segura, pues no había la certeza del regreso.
Ante el inevitable llamado a la defensa de la patria por el estallido de la guerra en junio de 1932 se produjo el llamamiento a los reservistas que habían cumplido con el servicio militar obligatorio para que se presenten en los cuarteles de las ciudades capitales. En la ciudad de La Paz, los jóvenes reservistas llenaron las instalaciones del Cuartel de Miraflores y en la ciudad de Tarija se presentaron en la Región Militar que estaba ubicada en la esquina de las calles Sucre y Virginio Lema. El registro documental de la época destaca el entusiasmo de los jóvenes al llamado a los cuarteles imbuidos de gran euforia y patriotismo, frente al silencioso dolor y congoja de madres, hermanas, esposas, novias y enamoradas. Difícil imaginarse el momento sublime de lágrimas silenciosas llenas de angustia que rodaban por las mejillas de estas mujeres en los momentos de la partida al frente de batalla. El desarrollo de los acontecimientos corroboró el dolor de las mujeres bolivianas al conocer partes e informes de los Comandos de Operaciones de los frentes de batalla, a través de los cuales se conocían los nombres de los muertos, heridos, mutilados, desaparecidos y prisioneros.
Miles de mujeres bolivianas con el corazón destruido, demostrando heroísmo entregaron a sus hijos a la obligación sagrada para cumplir con su deber y a su vez asumieron acciones valerosas desde sus hogares, calles y organizaciones para apoyar a los combatientes, a través de la colecta de recursos, medicamentos, organización de eventos, confección de ropa, preparación de alimentos, redacción de cartas para los soldados analfabetos, leer la correspondencia recibida desde el frente de batalla a los familiares y otorgar el consuelo ante la pérdida de los seres queridos.
En la ciudad de Tarija, principal centro de arribo, movilización y partida de las tropas al Chaco, las madrinas de guerra, llevaban a sus hogares a los ahijados que las habían elegido para otorgarles alimento, comunicación con sus familias de los lugares de donde provenían y les proporcionaban apoyo psicológico. Los regimientos que llegaban a Tarija procedentes del norte del país pernoctaban en esta ciudad un promedio de veinte días entre el proceso de adaptación al clima cálido, el entrenamiento militar en la zona del actual barrio de La Salamanca, el merecido descanso, los agasajos por parte de la comunidad y la asistencia a una eucaristía comunitaria a cargo de la iglesia y capellanes del Ejército.
La partida era anunciada por el Comando del Ejército en Campaña, mediante comunicado oficial con 24 horas de anticipación en la cual se fijaba la hora y el programa oficial. La determinación de la jefatura militar implicaba una activa movilización y ajetreo en la ciudad desde tempranas horas, siendo las mujeres de toda edad las principales protagonistas por su condición de madrinas de guerra, madres, hermanas y novias que hacían compras para aprovisionar a los soldados. Las niñas acompañaban a sus madres en una muestra de identificación con la consigna de servicio y apoyo a los contingentes de soldados movilizados
El programa generalmente se iniciaba a partir del mediodía, alcanzaba su plenitud a media tarde y al atardecer se impartía la orden de salida. La partida se verificaba en la zona de La Pampa, actual área del Stadium Departamental y el Parque Bolívar, ceremonia que comenzaba con el “cuadro”, formación de la tropa por batallones en forma de cuadrado con el acompañamiento de las bandas de música militares que interpretaban melodías nacionales. Las madrinas de guerra asistían a este acontecimiento, acompañando a sus ahijados con improvisados bailes y posterior entrega de presentes, destacando el escapulario o “detente”, distintivo confeccionado por ellas mismas con hilos de colores que portaba la imagen de Jesucristo, el Corazón de Jesús, la Virgen María u otro gravado que era colgado del cuello del soldado significando un emblema de protección, salvaguarda o amparo, además de pan, mote, tostado, queso, “atados” de cigarrillos, ungüento, pomada o medicamento para curar ampollas, picaduras, infecciones y heridas en la piel y las recomendaciones, abrazos y bendiciones.
Del preparativo y la alegría inicial, se pasaba al dolor, congoja y angustia de la despedida de cientos de jóvenes bolivianos que partían rumbo a Villa Montes para ingresar a los diferentes frentes de batalla en cumplimiento del sagrado deber de la defensa de la patria, ceremonia a la que asistían autoridades y pueblo en general. Una vez dada la orden de movilización y con el acompañamiento de la banda de música militar hasta la salida de la ciudad que interpretaba boleros de Caballería, la columna se ponía en marcha a pie, oficiales a caballo y camiones Ford de la época cargados de municiones, armas y equipo de guerra por la ruta de “salida al Chaco” que actualmente atraviesa la zona de Juan XXII y El Portillo, hasta el “Ojo del Agua” (*) vertiente donde se consumía el último sorbo de agua limpia y se aprovisionaba para el camino. A partir de ahí, la columna subía a los camiones que esperaban en la zona e iniciaban su recorrido hasta Entre Ríos, primera etapa del largo viaje para ingresar al infierno verde. El registro documental señala la interpretación del conocido bolero de Caballería “Despedida de Tarija”, convertido en patrimonio de las bandas del Ejército Nacional. El Semanario de Informaciones La Opinión que se editaba en nuestra ciudad bajo la administración de Severo Encinas en su edición Nº 200 del 19 de enero de 1933, reflejaba esos emotivos y conmovedores momentos.

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