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LA REVOLUCIÓN Y LA INDEPENDENCIA

Nota publicada en el periódico Opinión el 9 de agosto de 2011.

Hubo una causa de tipo económico para la emancipación y otra de puro y simple descontento, con aspiración autonomista. A pesar de que los Borbones hicieron lo posible para cambiar en América cuanto nada referencia al tráfico marítimo, y tornaron medidas liberales para evitar el contrabando, en realidad no se decapitó el monopolio. Tampoco se permitió el intercambio con otras potencias.
Las reformas apenas autorizaron el comercio directo entre América y los doce principales puertos españoles. Por lo que se refiere al Alto Perú -hoy Bolivia-, sus minerales salieron por Buenos Aires, vía Río de la Plata. Mas todos querían comercio libre, como un lema de lucha de la hora. De Europa llegaba un aliento indirecto que provocaba la rivalidad franco-británica.

Hasta que, en 1805, como si quisiera saludar al siglo XIX, apareció en la paz Pedro Domingo Murillo empapelando los muros de las casas con pasquines revolucionados. Esta muestra incipiente de periodismo político alertó a los españoles, que detuvieron a Murillo y lo dejaron luego en libertad. Había aparecido la gana de la revolución. En Charcas actuaban en conexión la Universidad y el Foro. Acaso se hubieran desplazado a otros centros hombres ilustres de ideas libertarias. la famosa Universidad tenía que rendir su tributo de preparación y de cultura. Sin cultura no hay libertad. La Universidad había dado su aportación. 
La intriga de Goyeneche, falso en sus intenciones, jugando a tres canas diferentes; enviado de la Junta de Sevilla, conviviente con José I y partidario de Doña Carlota, despejó los ánimos y los decidió. Aliados los doctores de la Universidad con los oidores de Charcas, se pusieron frente al presidente de la Audiencia, Carda Pizarro, y el arzobispo, Benito María tuvo Moxó y Francolí. 
El Tribunal de Charcas se puso de parte de Fernando VII. De estas disensiones había de salir la Independencia. Comenzó el desorden, que obligó al presidente a detener a los hermanos Zudáñez, cabecillas de la masa. Tronó la fusilería presidencial, el pueblo se enfureció, y al grito de "Viva Femando VII!", apresó a Carda Pizarro. Álvarez de Arenales, español, subdelegado de Yamparáez, tomó el mando de las tropas para imponer el orden. Todos habían caído en el lazo de los Zudáñez. Defendiendo al rey legítimo se levantó el pueblo, apoyado por los mismos españoles. Era el crepúsculo del 25 de mayo de 1809, día precursor de la Independencia. La Academia Carolina había puesto en juego su talento liberador con patriotas de todas las latitudes del Virreinato; Mariano Moreno, que fue secretario de la Junta Revolucionaria en Buenos Aires el año 1810, Monteagudo. Agrelo, Paso y Castefli. El grupo mismo del 25 de mayo se hallaba capitaneado por Paredes, Michel, Alcérreca, Mercado, Monteagudo y Lemoíne. Luego, éstos se dispersaron para mantener la consigna; Monteagudo a Potosí, Alcérreca y Pulido a Cochabamba, Lemoíne a Santa Cruz. 
LA REVOLUCIÓN DEL 16 DE JULIO DE 1809: 
El papelista de 1805, aquel que pegaba pasquines en los muros, se levantó con decisión y franqueza frente a poder español, rodeado de un brillante conjunto de hombres que luego conocieron el martirio. 
Invocase la defensa de Fernando VII, como siempre, dejando para después el barrerlo definitivamente. Los conjurados de la Paz, dirigidos por Pedro Domingo Murillo, Victorio y Cregorio Lanza, Juan Basilio Catacora, el cura José Antonio Medina, Juan Pedro de Indaburo y otros, dieron el golpe de mano y depusieron a las autoridades, Llamaron a Cabildo Abierto y organizaron la histórica Junta Tuitiva (16 de julio de 1809). Pedro Domingo Murillo fue nombrado jefe de las fuerzas, e Indaburo su segundo. Fueron depuestos de sus altos cargos el gobernador Tadeo Dávila y el obispo Remigio de la Santa y Ortega. El documento fundamental de la insurrección americana lo constituye el Manifiesto de la Junta Tuitiva, cuyos principales conceptos son: 
Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana nos ha reputado por salvajes... Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. ¡Valerosos habitantes de la Paz y de todo el Imperio del Perú, revelad vuestros proyectos para la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desden la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar entre todos para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente!
Goyeneche no amenguó sus ímpetus y persiguió esa revolución hasta aniquilar a sus cabecillas. Murillo fue hecho prisionero en Zongo y condenado a muerte, juntamente con Basilio Catacora, Buenaventura Bueno, Melchor Jiménez Mariano Graneros, Juan Antonio Figueroa, Apolinar Jaén, Gregorio Lanza y Juan Bautista Sagárnaga, protomártires de la Independencia. Murillo antes de entregarse en holocausto a la horca, repitió gallardamente: “La tea que dejo encendida nadie la podrá apagar”. Después, Goyoneche volvió al Perú, con el título de “pacificador”.
ESTALLIDO REVOLUCIONARIO
La logia revolucionaria de la Universidad de Charcas siguió actuando, y pronto se produjo el estallido del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, al que siguieron el del 14 de septiembre en Cochabamba, que nombró como jefe supremo a Francisco del Rivero; el del 24 del mismo mes en Santa Cruz de la Sierra, que envió al canónigo José Manuel Seoane como diputado a la Junta de Buenos Aires; el del 10 de noviembre en Potosí, reconoció también a la Junta bonaerense. 
La guerra tomó mayores proporciones y operó en un territorio casi ilimitado por lo extenso. Se estableció la mancomunidad de ideales, y así pronto se movieron los ejércitos auxiliares argentinos que, en número de cuatro, llegaron a los yermos del Alto Perú. Surgieron los caudillos mestizos y criollos con actos de admirable denuedo y sacrificio, derrochando heroísmo e ingenio en las llamadas guerras de guerrillas; en Ayopaya, José Miguel Lanza; en la laguna, Manuel Ascencio Padilla, secundado por su esposa la heroína Juana Azurduy de Padilla, tenienta coronela de la Independencia; en Tarija, Eustaquio Méndez, alias El Moto, y Ramón Rojas; en Cinti, José Ignacio Zárate; en Larecaja y Omasuyos, el cura José Idelfonso de las Muñecas; en Inquisivi y Tapacarí Eusebio Lira; en Santa Cruz, Ignacio Warnes; en Talina, José María Pérez de Urdidinea. 
DE 102 CAUDILLOS, APENAS NUEVE ALCANZARON LA INDEPENDENCIA EN 1825. 
Quince años duró esa guerra de emancipación, llena de heroísmo y de calidad Viril. Pero, al cabo de la misma, Bolivia acusó el fenómeno del connubio realizado realizado entre las razas de Iberia y el Alto Perú. Nada de lo pasado puede ser ofensivo. Con un arma absorbida al colonizador español, su idioma, hemos incorporado nuestros pueblos a la cultura viva del Occidente. Y así marchamos hacia el futuro.

La batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, puso fin al poderió español en Hispanoamérica. Las ciudades hoy bolivianas, levantándose una por una, cerraron con broche de oro, en la batalla de Tumusla, el 3 de abril de 1825, su total liberación. No quedó ya sino la tarea de constituir un Estado autónomo.

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