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GUERRA DEL CHACO / SOLDADO JOSÉ MARTÍNEZ FLORES: "EL COMBATE CON LOS PARAGUAYOS ERA DÍA Y NOCHE, Y NO SE PODÍA DORMIR"

Foto: José Martínez Flores, defensor del Chaco la foto es de su libreta de desmovilización. // Por: Marco A. Flores Nogales / Publicado en el periódico La Patria el 4 de julio de 2010.

Chuquisaca.- De una otrora larga y nutrida lista de beneméritos de la Guerra del Chaco (1932-1935) ahora quedan apenas unos cuantos nombres, direcciones y teléfonos escasos sobrevivientes del "infierno verde". De ese papel llenado con una máquina de escribir, elegimos al azar el nombre de José Martínez.
Un soldado de la Patria que aún vive y camina por las calles de Sucre y en los días largos de soledad revive para sí mismo el dolor de una guerra que para él aún no acaba, porque las heridas nunca terminaron de cicatrizar.
Fuimos a su encuentro y llegamos a una vieja casona, no era de esperar menos en la ciudad blanca. Una niña de ojos tiernos y sonrisa amplia fue la mejor bienvenida para un extraño que iba en busca de un nuevo capítulo de la historia no contada de la Guerra del Chaco.
A pocos metros, al finalizar un pasillo muy cauto y apoyado en la pared desciende de unas gradas la figura de José Martínez, el encuentro estaba dado, ahora sólo había que romper el hielo que siempre se forma entre dos perfectos desconocidos, pero la calidez y humildad de nuestro benemérito inició rápidamente un viaje al pasado, a las trincheras hoy olvidadas.
¿Cuándo nació usted y en qué año fue a la guerra con el Paraguay?
Nací el 19 de marzo de 1915, ingresé a la guerra el 1 junio de 1932, en el Destacamento 220, luego pasé al Regimiento Loa 4 de Infantería y fui tomado prisionero el 23 de noviembre de 1934.

Tenía 17 años, aún no nos tocaba el servicio militar, pero por la guerra con el Paraguay nos llamaron para defender la Patria y había que ir nomás.
Salían patrullas en busca de reclutas, por eso nos llamaron al servicio adelantado y voluntariamente me presenté.
En ese año muchos se ocultaban o se perdían para no ir a la guerra, por ese motivo los militares salían en patrullas para encontrar a los hombres.
Luego que me presenté al cuartel me incorporaron al Destacamento 220, después nos mandaron a Tarija en el ferrocarril. Éramos muchos jóvenes soldados que partimos a la guerra, muchos de ellos tenía miedo y por ese su temor natural a la muerte era que se ocultaban, escapaban al campo o se metían al tumbado de los techos cuando los militares entraban a las casas en busca de más soldados.
Yo estaba dispuesto para ir a la guerra, quería saber cómo era la guerra.
A medianoche nos metieron al chaco, yo tenía como arma un fusil; en pleno combate muchas veces los fusiles y las ametralladoras se trancaban, pero gracias a Dios a mí nunca me pasó eso.

BAUTIZO

Aunque no recuerda con exactitud el día de su "bautizo" o primer día de combate en la línea del fuego, los recuerdos rondan por su memoria y en su mirada fija y ceño fruncido se puede percibir que trata de evocar aquellos recuerdos que viven con él por 76 años.
"Pasaron muchos años" nos repetía, pero los recuerdos empezaron a salir de su mente, la historia de aquel otrora joven guerrero regresaban a la vieja casona donde vive, al igual que las nubes que cubrieron el sol brillante que fue uno de sus peores enemigos en las trincheras del chaco.
¿Era muy joven para estar en una guerra, sentía miedo?
Tenía un compañero de Sucre que fue conmigo a la guerra y, cuando estábamos combatiendo con el enemigo, lo miro fijamente y estaba temblando. Le dije que no tuviera miedo y que si teníamos que morir, íbamos a morir nomás. Yo no le tenía miedo a la muerte.
Cuando estaba incorporado al Regimiento Loa apareció mi hermano Humberto Martínez, que vivía en La Paz por muchos años. Entonces el comandante del regimiento me hace llamar y me avisan que me buscaba un militar.
Fue un encuentro muy emotivo con mi hermano después de muchos años. Mi hermano le ofreció al comandante cinco soldados para que me dejen ir con él, pero mi comandante se negó y le respondió que no me soltaría ni por diez soldados.
Mi hermano tuvo nomás que irse sin mí, ya que no quisieron cambiarme por los soldados.
¿Cómo era el combate que tenían con los soldados paraguayos?
Los combates con los soldados paraguayos siempre fueron muy fuertes, eran de noche y de día, nosotros no podíamos dormir. En las trincheras estaban los muertos bolivianos y paraguayos.
Hemos estado mucho tiempo en el monte, formando las patrullas, hasta que los paraguayos nos cercaron, luego tomaron como prisioneros y nos llevaron a una isla que realmente estaba rodeada por mucha agua y no había forma de escapar.
Yo caí prisionero en pleno combate cuando la mayoría de mis compañeros cayeron muertos. Entramos al monte y las patrullas paraguayas entraron a buscarnos y al poco tiempo nos encontraron y nos tomaron como prisioneros de guerra.
Cuando los vimos a los paraguayos apuntándonos con sus armas, nos quedamos callados. Ellos no nos pegaron, pensábamos que nos iban a golpear, pero no ocurrió así. Dejamos nuestras armas y nos llevaron prisioneros.
Pero, me enteré que en otros casos los paraguayos ultrajaron a los prisioneros.
En la isla había muchos soldados bolivianos prisioneros. Luego de permanecer un tiempo en la isla, los paraguayos nos llevaron hasta Asunción.
A los prisioneros nos hacían trabajar desde las 4 de la mañana.
¿Qué hacía usted como prisionero y cuál era el trato que recibía?
Yo estaba prisionero y había un comandante ruso que con el tiempo llegó a tenerme un especial cariño, porque yo era muy jovencito. Me dio un buen trabajo que consistía en servir la comida a los oficiales paraguayos en un hospital y casino de los militares, prácticamente era un mozo.
Ese comandante ruso me quería mucho, en el lugar estaba como un año, mientras en otros campos de prisioneros el trabajo era mucho más fregado, pero yo estaba bien nomás. A veces llegaban prisioneros bolivianos y su ropa daba una pena, entonces yo les daba ropa buena.
No he sufrido mucho en ese lugar, pero cuando estábamos prisioneros en la isla, no había mucho que comer y se tenía que ir a descargar carga que llegaba en barcos, nadie quería cumplir con ese trabajo, porque muchos se caían al agua.
Los que querían comer tenían que ir a descargar al barco, en eso un compañero me dice que no debíamos ir y de esa forma comiendo pescaditos sabíamos estar en la isla, porque era un peligro ir a descargar.
No había forma de escapar, porque había mucha agua y parecía un mar, no se podía ir a ninguna parte
¿Usted resultó herido en combate?
Nunca, yo en los combates iba corriendo por las trincheras, llevando o trayendo municiones, pero nunca me hirieron, porque en el monte la cosa era fregada.
Yo estaba en el combate de Cañada Cochabamba donde fue muy fuerte el combate en la noche y, al día siguiente había muertos bolivianos y paraguayos. Los pilas nos metieron metralla y metralla, era una barbaridad.
En el lugar quedaron muchos bolivianos muertos, ahí fue donde luego caí prisionero y me llevaron al Paraguay.
¿Cuándo se entera usted que la guerra se terminó y que sería liberado?
Eso fue cuando llegaron unos barcos de la Argentina y nos sacaron muy bien controlados.
Recuerdo que un compañero que fue conmigo y estaba en mi destacamento incluso, estaba muy bien oculto para que no sea descubierto, porque cuando éramos prisioneros los civiles paraguayos venían por los presos bolivianos para llevarlos a trabajar y éste mi amigo se ofreció como sastre a unas señoritas paraguayas.
Pero, cuando terminó la guerra mi amigo fue descubierto por él patrón paraguayo en su cama y con su mujer. Entonces el paraguayo andaba buscando al prisionero boliviano para matarlo por tan grave humillación a su hombría.
No tuve más remedio que hacer un sacrificio y bajar del barco para ayudar a subir a mi amigo, porque subir al barco era muy bien controlado y en el lugar estaba buscándolo él patrón paraguayo.
Otros prisioneros bolivianos se quedaron y casaron en Paraguay, pero yo no quería quedarme, aunque había una paraguaya que me decía que me quede a vivir con ella, porque sabían que los hombres bolivianos éramos muy trabajadores.
Así nomás me tuve que regresar porque tenía mi abuelita que me estaba esperando en Bolivia y yo la quería mucho, porque incluso no me he podido despedir.

RECUERDOS IMBORRABLES

Entonces, al retrotraer tan singulares recuerdos y amoríos efímeros como el sabor de la caña paraguaya en los labios de aquel jovencito boliviano que era codiciado por hermosas paraguayas, su rostro nos regala un sonrisa picaresca, que los hombres podemos comprender a cabalidad. Son sus recuerdos al dejar viejos amores, pero también a cientos de kilómetros también habían otros amores que esperaban por él, como una que otra madrina de guerra que eran unas cholitas simpáticas del mercado central.
Esta nueva entrevista al igual que las muchas otras tiene un sabor agridulce, dulce porque tuvimos el privilegio de conocer, estrechar la mano y hasta abrazar a un verdadero héroe de la Patria, uno de carne y hueso, de quien recogimos su testimonio y es un tesoro invaluable.
Pero, queda ese sabor amargo en el corazón al despedirnos, porque tal vez ya no podamos verlo otra vez, pero su vivencia, historia y figura quedarán para siempre en nuestro recuerdo y en las páginas de este diario orureño, para nuestras futuras generaciones.
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