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FORTÍN CAMPERO Y BERMEJO

Por Wilson Mendieta Pacheco / 25 de mayo de 2014 El País de Tarija.

LOS SUCESOS DEL ACRE, zona tan alejada y desprovista de medios de comunicación, parece que hicieron pensar a los gobernantes que era imperioso buscar la conexión de las fronteras distantes. Se nota preocupación en ello y empiezan a surgir fortines, delegaciones nacionales y algunos territorios de colonias, casi diferentes en la denominación, pero en el fondo con el mismo propósito. Hasta algunas temerosas comisiones de límites, pretenden ingresar a las apartadas regiones patrias.
Y de ese modo, al promediar el año 1902, desde Tarija, por la ruta de Itaú, a lomo de mula, venciendo la maraña del bosque, durante un invierno crudo e implacable, un grupo de soldados al mando de Don Bernardo Raña Trigo, llegó a la confluencia de los ríos Tarija y Bermejo para fundar un fortín que sirviera de avanzada y de alerta en el sur del territorio nacional.
El 16 de julio de 1902, era un día como cualquiera en el bosque inmenso.
Los porcinos selváticos campeábanse en temibles piaras, tigres, leones y otros feroces pobladores, salían al mediodía a sus acostumbradas ‘‘aguadas”; los inquietos simios jugueteaban entre los árboles dejando sentir su lenguaje de silbidos; la familia de moscos, tábanos y marigüís, formaban en el aire una nube espesa y movediza, lagartijas y víboras se deslizaban ligeras bajo los árboles; dorados, sábalos y bagres en la corriente de los ríos flotaban blanquecinos.. Mas justamente, en el lugar donde se juntaban las aguas del Tarija y del Bermejo, algo inusitado y extraño ocurría. Sobreponiéndose a la inclemencia y a la lejanía de la región, un grupo de hombres - patriotas de verdad- ponían la nota de esperanza para el porvenir.

En un mástil improvisado izaban por vez primera quizá la tricolor boliviana e instalaban en rústica oficina un fortín, que a la usanza de los conquistadores españoles, bautizante con el nombre del santo del día: Virgen del Carmen de Juntas de San Antonio.
Y Bolivia, como aprendiendo la lección del Acre, implanta su escudo en una de las zonas más alejadas del Sud.
Cuando la bandera patria terminaba de ascender al mástil, flameando altiva sobre los altos árboles y las notas del Himno Nacional, escuchábanse marciales y emotivas, el jefe de la misión, con lágrimas en los ojos, en una alusión patriótica dijo a sus colaboradores entre otras cosas:
“En el último confín del majestuoso sud boliviano, en este triángulo patrio de bosque y de ríos, cumpliendo un deber digno y de gran proyección para el futuro, fundamos este fortín que será siempre el centinela de nuestra Patria en esta frontera...”
Uno de los soldados no pudo contenerse y sin esperar la conclusión del discurso de su superior, soltó un VIVA BOLIVIA que estremeció al puñado de colonizadores que, haciendo honor al nuevo siglo, vinculaban un distante pedazo de suelo con el interior del país.
Seis civiles y una veintena de soldados con su jefe y sus oficiales fueron los primeros organizadores de la empresa militar. Alrededor de 80 metros cuadrados con habitaciones de “palo a pique” constituía el fortín que, a la postre, ha de tener el nombre más breve y significativo para el Departamento de Tarija: FORTIN CAMPERO. Los pobladores en su alrededor eran contados. En el lugar denominado La Polvareda, separado por cinco boscosos kilómetros vivía un tal Ricardo Tolosa y don Agustín Taxara, en Arrozales, distante veinte kilómetros.
Luego de fundado el fortín, fue designado como primer comandante el Teniente Máximo Poblete, quien a la cabeza de un grupo de soldados y algunos empleados civiles, emprendió la tarea de la verdadera organización: cuartel, granja, vivienda para oficiales, despensa, dormitorios, atalayas, etc.
Soledad, bosque y río era el paisaje tropical cotidiano. Las vías de acceso, no sólo eran dificultosas, sino, casi imposibles, especialmente en lo que corresponde a Tarija; a Orán, a lomo de mula, podía franquearse los 40 Kms. en jornada fatigosa de un día.
Bermejo, por esta época- no existía.
Su serranía, su planicie y sus riachuelos eran bosque enmarañado y virgen, morada de animales selváticos, Aguas Blancas, parte argentina, le propio. El Lugar, era una tierra de nadie; hasta podría decirse, una frontera de nadie. Lejos estaba el día en que aduanas y, controles internacionales, instalarían su estricta y poco necesaria habitualidad latinoamericana.
Paulatinamente, se suceden en la nación los gobiernos liberales. Poco o nada se sabía durante meses en el casi ignorado fortín, de Don José Manuel Pando, de don Ismael Montes, de don Eliodoro Camacho, de don Eliodoro Villazón o del fallecimiento súbito de don Fernando E. Guachalla, mandatario electo que no llegó a tomar posesión de su elevado cargo por su repentina y sentida desaparición. Vida de fortín aislada, solitaria, despreocupada y de privaciones. Vida de fortín que empequeñece el mundo reduciéndolo a un círculo de habitantes, a un núcleo social que ignora casi a la fuerza que es parte de una sociedad más grande y, en fin, a una vida simple repetida día tras día, en la que desaparecen ambiciones y esperanzas, y sólo acuden constante y tenazmente nostalgias, recuerdos, alegrías y tristezas de otrora.. Y pensar que una vida así, hácese interminable por meses y años donde la noción del tiempo casi pierde su cronología, su impaciencia o su permanente acechanza.
En el año 1909, el Capitán Darío Barriga, un hombre estricto y severo, dio al fortín una fisonomía más amplia, pues hizo construir un cuartel más cómodo, más ordenado y con una distribución de habitaciones más eficiente. Concluida la obra, hubo festejos, ceremonias y palabras alusivas. El aspecto de simple aglomeración de casas, se convertía en una especie de pequeño pueblo. El imaginar que valientes mujeres, cumpliendo el deber de madres y de esposas, dejaban su hogar en el interior del país y se resignaban también a soportar con los suyos o con el ser querido las inclemencias de la zona y las durezas materiales y espirituales de la lejanía y del aislamiento...
Cuántas criaturas han crecido aquí sufriendo implacablemente el rigor tropical..! ! Cuántos hombres han sucumbido cumpliendo su deber patriótico, ignorados, y olvidados por los suyos y por la Patria...! !
Hoy, Fortín Campero, casi ya no existe, pero podría decirse que ha sido la “piedra fundamental” para que, al correr de los años, surcar pozos de petróleo en Bermejo y luego cañaverales de azúcar en esta parte del Departamento de Tarija.
En la efemérides del 15 de abril, no se debe olvidar este confín patrio y menos aún a los anónimos hombres que labraron los cimientos para construir el desarrollo regional y nacional.
Bermejo, que es el fruto de este esfuerzo, igualmente requiere de la recompensa de las instituciones y de nuestros gobernantes para continuar avanzando hacia el progreso'

De periódico Presencia, martes 15 de abril de 1975 La paz, Bolivia.

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