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BOQUERÓN… SUPREMA EXPRESIÓN DE HEROÍSMO Y VALOR DEL SOLDADO BOLIVIANO


Por: JULIO ALVAREZ MERCADO / Nota publicada en El Periódico el 18 de septiembre de 2016.

Boquerón es una isla de monte rodeada de pajonales, en la que se había abierto una plazoleta que contenía galpones de adobe (construidos por las fuerzas bolivianas de ocupación en 1928), tres o cuatro chozas de espartillo, un pozo de agua y un tajamar para abrevadero de animales, estaba elegida por el destino para servir de escenario a una de las gestas más heroicas de la historia de Bolivia. (Masamaclay. Cap. V. Querejazu Calvo).
Boquerón fue una muestra del valor boliviano, donde entre el 9 y 29 de septiembre de 1932 surgió una estirpe de héroes bolivianos. Allí resaltó la figura del capitán cochabambino Víctor “Charata” Us­tarez; astuto, valiente y temerario guerrero, quien regó con su sangre la tierra de aquel fortín; en el intento y deseo de apoyar a sus hermanos asediados. Con él es­taban un quinceañero, Vicente Camargo, que logró salir de Boquerón. Entre los defensores se hallaba el sargento orureño Antonio Arzabe, denodado enfermero; el subteniente paceño Alberto Taborga quien dijo: “En Boquerón me sentí más boliviano que nunca”, ya que reconoce en cada uno de sus soldados a la patria amada. Es allí, en medio de aquella dura batalla donde habita Bolivia, en el rostro de todo boliviano.

Allí estaba Bolivia, entre sus hijos que combatían; estaba la voz de “Los cuatro juramentados”: los subtenientes Tomás Manchego, Melquiades Cossío, Rosendo Villa y Luis Reynolds, que juraron sobre la cruz de sus espadas, volver victoriosos o morir en el Chaco. Los cuatro caye­ron con honor en Boquerón. Allí estaba Bolivia junto con ellos y con sus soldados: Escobar, nacido en Totora (Cochabamba) y Ayaviri, hijo de Pacajes (La Paz). Se hallaba entre los mensajes llevados por el estafeta Pablo Sullcamayta, natural de Guaqui y entre las correrías del soldado chiquitano Chipanari, también estaba aquel joven migrante Pedro “el roto” Vargas quien llegó desde Chuquicamata (Chile). Existe en la camaradería de los quillaco­lleños Joaquín Reinaga y Samuel Rocha. La patria residía también en el grito del dragoneante corocoreño Pedro Chura: “¡pelas cojoros!, a ver ¡avánzate si eres hombre!”. Bolivia vivió en la agilidad del cabo Francisco Cuchallu, natural de Huanuni, estaba en la bravura del andino Pedro Collorana, en el cantar de los chapacos Modesto Soruco y Cesar Garzòn, en el coraje del beniano Ruperto Mandioporè, en el arrojo del acreano Sabino Yacuara, en el sufrimiento del apo­loleño Antolín Mazurco y del sucrense Juan Melcon, que fallecieron en la épica defensa.
Bolivia vivió hace 84 años con y en­tre ellos, no había regionalismos, no había rencores, no había diferencia alguna, eran los elegidos de la gloria, todos eran bolivianos.
1932. Boquerón… escenario de los héroes
Los defensores bolivianos sumaban 448 provistos de 350 fusiles, 40 ametralladoras, 3 cañones y dos antiaéreos, al mando del Tcnl. Manuel Marzana. El comandante paraguayo José Estigarribia colocó alrededor de Boquerón una fuerza de entre 9.000 y 11.500 efectivos. En Boquerón se incendió el Chaco.
La Batalla de Boquerón se efectuó entre el 9 al 29 de septiembre de 1932, entre Bolivia y Paraguay en el inicio de la Guerra del Chaco, conflagración bélica que enfrentó a ambos países entre 1932 y 1935 por el control del Chaco Boreal, o Gran Chaco. El valor estratégico de esta zona era el acceso al río Paraguay y en consecuencia, también a la salida de Bolivia hacia el Océano Atlántico. Cabe mencionar que para Bolivia, que había perdido la salida al Océano Pacífico durante la Guerra del Pacífico en 1879, con Chile, esta lucha constituía una cuestión de vital importancia.
En Boquerón, el ejército de Bolivia escribió una de las páginas más brillantes de su historia, dando muestras de un heroísmo admirable. Tras la muerte del Tcnl. Luis Emilio Aguirre asumió el mando de la guarnición de Boquerón el Tcnl. Manuel Marzana, entre agosto y septiembre de 1932. El gobierno paraguayo decidió la retoma de los tres fortines como cuestión de honor nacional.
La ofensiva paraguaya comenzó el 9 de septiembre. Bolivia planteó la defensa en el mismo tenor, no se debía ceder el fortín bajo ningún concepto. Ambos países pensaron que este episodio definiría el carácter de la guerra e influiría sobre la moral nacional. Los defensores bolivianos sumaban 448 provistos de 350 fusiles, 40 ametralladoras, 3 cañones y dos antiaéreos. El comandante paraguayo José Estigarribia colocó alrededor de Boquerón una fuerza de entre 9.000 y 11.500 efectivos de acuerdo a fuentes paraguayas. El jefe paraguayo pensó que esa relación de más de 10 a 1 le permitiría un triunfo fácil y rápido. No fue así. Marzana y sus hombres resistieron por 20 días. En la primera jornada los paraguayos se acercaron hasta menos de 50 metros de las trincheras pero fueron repelidos con fuego nutrido.
Los batallones bolivianos que salieron a socorrer Boquerón no pudieron llegar a su objetivo, todas las vías estaban cortadas por el enemigo, pero los paraguayos retrocedieron desanimados ante la magnífica defensa, permitiendo el ingreso de un regimiento boliviano al mando de Tomás Manchego. Tres días tardó el ejército paraguayo en rodear completamente el fortín. Marzana había agotado las municiones de los cañones y pidió ahorrar balas y disparar sólo con blanco seguro.
El capitán Víctor Ustariz rompió heroicamente el cerco y entró a Boquerón con 58 hombres, reforzando y subiendo la moral del contingente de defensores. Una nueva incursión de Ustarez fuera del fortín para conseguir más refuerzos le costó la vida al héroe. Los ataques en oleadas sobre el fortín agotaron la defensa. Los víveres se terminaron, el único pozo de agua accesible era atacado por un nido de ametralladoras paraguayo, acercarse era muerte segura, un par de cadáveres de soldados bolivianos flotaba en el pozo.
Los pertrechos que lanzaba la aviación boliviana caían casi siempre fuera de las trincheras. La aviación boliviana tuvo un destacado papel en toda la guerra. Fue superior a la paraguaya, contaba con un equipo moderno de aviones Curtiss que dominaron el espacio aereo del Chaco. Los soldados bolivianos eran casi espectros, pero no se rendían. El alto mando pedía lo imposible, resistir quince días más hasta la llegada de refuerzos.
El fin … la caída de Boquerón y la honrosa capitulación
No había fuerzas ni para enterrar a los compañeros caídos. El 29 de septiembre no había balas sino para un combate de diez minutos, se habían disparado los últimos cartuchos. Los soldados desesperados empezaron a beber sus propios orines. Marzana decidió pedir una tregua para una capitulación honrosa. Se levantaron lienzos blancos, los paraguayos que estaban a escasos metros de las trincheras creyeron que era rendición y se abalanzaron y tomaron el fortín. 
En silencioso homenaje, el mando paraguayo vio salir a los héroes que quedaban vivos en harapos, casi sin poder caminar. Centenares de muertos y moribundos yacían en el Fortín. Estigarribia creyó siempre enfrentar a por lo menos 1.500 bolivianos; en el mejor momento no habían llegado a 700. Sobrevivieron menos de 450. El Presidente paraguayo dijo “los bolivianos pelearon con tal bravura y coraje…que merecen nuestro respeto”. Marzana dijo al volver de tres años de prisión en Paraguay: “No hicimos más que cumplir con nuestro deber”.
Amaneció el 29 de septiembre en media de la angustiosa expectativa de los combatientes. La artillería boliviana no se atrevió a actuar por la proximidad entre atacantes y atacados. El Teniente coronel Estigarribia había ordenado que sus divisiones se jugasen ese día el todo por el todo. Boquerón tendría que caer a cualquier costo. Los primeros disparos de los fusiles paraguayos se perdieron en el hondo silencio con que respondió el frente boliviano. Un soldado cuenta que en esos momentos sintió “como si manos invisibles y gigantescas se apretaran a través del campo enmarañado y se estremeció de terror” (JD). Se levantaron algunos lienzos blancos. El capitán Antonio Salinas del regimiento Campos y el suboficial Carlos d’Avila del 14 de Infantería, salieron por la Punta Brava llevando el siguiente mensaje: “El comandante del fortín Boquerón al co­mandante de las fuerzas paraguayas en el mismo sector. Señor: el oficial portador de la presente nota, capitán Antonio Salinas, lleva la misión de entrevistarse con Ud, en representación mía – Dios guarde a Ud.- Teniente coronel Marzana”.
Estigarribia, en su puesto de mando a. 10 kilómetros de primera línea, al recibir la noticia telefónica de que se veían trapos blancos en las trincheras bolivianas, no pudo ocultar su satisfacción y exclamo “Creo que vamos a ahorrar muchas vidas paraguayas”. Poco después eran conducidos a su lado, por el mayor Rafael Franco, el capitán Salinas y el oficial Ávila, que le hicieron entrega de su credencial y le expresaron que tenían la misión de concertar una entrevista con su jefe. “Digan a su comandante – les contesto Estigarribia – que lo espero en este mismo lugar, esta mañana, a la brevedad posible”. Mientras Salinas y d’Avila regresaban, el teléfono transmitió otras novedades, las fuerzas paraguayas habían invadido el fortín y estaban tomando prisioneros a sus defensores.
¡Qué había ocurrido? Al no recibir fuego y viendo los lienzos blancos en la Punta Brava, el teniente paraguayo Ma­nual Islas creyó que se trataba de una rendición y se lanzó a la carrera hacia el fortín, seguido por su compañía del Regimiento Curupaity, con la intención de cosechar el lauro de tomar prisionero al Teniente Coronel Marzana. AI escuchar el clásico grito de triunfo paraguayo “¡Piiiipuuuu!”, lanzado por estas tropas, los hombres de las demás unidades también se precipitaron hacia la misma meta desde todos los costados.
Los oficiales y soldados bolivianos, que tenían orden de no combatir hasta que volviesen sus parlamentarios, se incorporaron temerosos en sus posiciones al ver esta avalancha que se les venía encima. En pocos minutos se vieron rodeados de sus enemigos que los observaban y hablaban con curiosidad. El teniente coronel Marzana fue hecho prisionero por los tenientes paraguayos Islas y Valdovinos.
El Teniente Coronel José Carlos Fernández, comandante de la Primera División paraguaya, ordeno que se hiciese formar a las fuerzas bolivianas en la plazoleta del fortín. Sus oficiales obedecieron, pero extrañados de la escasez del efectivo boliviano, preguntaron una y otra vez: “Donde están los demás”. No podían creer que toda la guarnición del fortín eran esos pocos espectros encorvados y famélicos. “La entrada victoriosa de nuestras tropas en el histórico Boquerón – ha comentado el entonces mayor Antonio E. González – fue empañada por la vista de la espantosa tragedia que envolvía a los defensores: 20 oficiales y 446 soldados en el último extremo de la miseria humana.
Por todas partes armamento, equipo, cadáveres y escombros. En un galpón oscuro, cubiertos de harapos, mugre, sangre, estiércol y gusanos, se revolcaban más de 100 moribundos sin curación, sin vendas y sin agua, añade Heriberto Florentin, otro oficial paraguayo; “Era una masa pululante de cuerpos lacerados en lúgubre promiscuidad con cadáveres putrefactos cubiertos a medias por mantas desgarradas y embadurnadas de sangre y excrementos pestíferos”. Este mismo oficial, refiriéndose a otros puntos del reducto dice: “En el campo que pega contra el camino a Valencia, el sector más castigado de la ofensiva paraguaya, yacían dispersos numerosos cadáveres insepultos, algunos de ellos, hinchados descomunalmente, terminaban por explotar estrepitosamente y por lo gene­ral en altas horas de la noche, como si quisiesen ocultar de la luz del sol el siniestro desparramo de su podrida entraña. En cambio otros achicharrados por el calor solar; iban reduciéndose a la mínima expresión de cuerpos mortificados”.

El mayor Arturo Bray, que habla exigido como comandante del regimiento Boquerón que se le entregase al tenien­te coronel Marzana, para ser el quien lo condujera a retaguardia, anuncio a las 07:40 en el puesto de mando de Estigarribia: “Presento al teniente coronel Marzana”. El teniente coronel Estigarribia se puso de pie y extendió la mano a su adversario. El auditor de guerra del ejercito paraguayo, doc­tor Horacio Fernández, ha descrito el encuentro con estas palabras: “El reducido número de oficiales presentes estaba en profundo silencio. Nadie se movía. La respiración contenida de todos, la presencia del jefe de las fuerzas bolivianas, la evocación de todo el drama sangriento. . . el final imprevisto de la carnicería humana que tantos horrores nos había hecho sentir, los disparos que aun a lo lejos se escuchaban, todo ello llenaba el ambiente de una solemnidad y una angustia infinita… El teniente coronel Marzana con traje kaki, botas de charol usadas, gorra y portapliegos, permanece de pie, mesa de por medio, frente al teniente coronel Esti­garribia. La barba crecida, la expresión agradable, un ligerisimo temblor agitaba su labio inferior, su pierna izquierda ligerarnente recogida se movía denotando la lucha gigantesca de sus nervios en tensión. Su voz era firme. . .”. El dialogo fue breve. Todo estaba consumado. Marzana pidió garantías para su gente y Estigarribia le aseguro que las tenía, además de atención médica inmediata para los heridos. 

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